Cuando cualquiera puede crear, qué queda para los creadores?
- Sergey Vereschagin
- hace 2 días
- 37 Min. de lectura

Cualquiera puede crear
En los últimos años, hemos asistido a un auge sin precedentes en la disponibilidad de herramientas creativas. Antes, crear contenido visual o de audio de alta calidad requería años de formación, equipos costosos y habilidades profesionales. Hoy en día, prácticamente cualquier persona con un smartphone o un ordenador puede utilizar servicios de inteligencia artificial, plantillas prefabricadas y aplicaciones prácticas como Canva, CapCut o Midjourney para crear lo que antes se consideraba prerrogativa de los expertos. Por un lado, se trata de la democratización de la creatividad: se han reducido las barreras de entrada y millones de personas han obtenido la oportunidad de expresarse. Por otro lado, hay un inconveniente: la sobresaturación de contenidos y la devaluación de los productos creativos.
Qué le sucede al mercado cuando los diseños, la música o las ilustraciones se producen en grandes cantidades a un costo mínimo? Cómo reaccionan los profesionales de nivel medio cuando sus servicios son reemplazados por soluciones baratas? Qué le sucede al estilo autoral único en un mundo de plantillas y tendencias de TikTok? Y, por último, cómo cambia nuestra percepción de la creatividad humana cuando siempre hay un algoritmo cerca que puede generar algo «similar» en segundos?
Hace tiempo que me preocupa la siguiente pregunta: adónde va la autenticidad cuando la creatividad se vuelve omnipresente? El mundo está inundado de imágenes, música e ideas, pero en esta abundancia es cada vez más difícil encontrar algo personal y vivo. La disponibilidad de herramientas ha cambiado no solo la economía, sino también la psicología de la creatividad: las fronteras entre lo profesional y lo amateur se están difuminando, el entorno visual es cada vez más homogéneo y el estilo autoral se está convirtiendo en una rareza. La historia ha visto oleadas similares antes, desde la llegada de la fotografía hasta los microstocks y el streaming. Pero hoy en día hay mucho más en juego: el valor mismo de la creatividad humana está cambiando y, con él, la motivación de las personas para crear.
Cuando todo es posible, qué valor tiene el talento?
La gran accesibilidad de las herramientas creativas afecta inevitablemente a la economía de las industrias creativas. Cuando cualquiera puede crear un logotipo, editar un vídeo o componer una canción de forma gratuita o por un precio simbólico, la oferta de contenidos en el mercado aumenta drásticamente. Y según los principios económicos básicos, cuando hay un exceso de oferta, el coste por unidad (en este caso, un producto creativo) disminuye. Esto ejerce una presión significativa sobre los precios y las tarifas de los profesionales creativos.
Por lo tanto, es natural que las herramientas baratas o gratuitas socaven el valor de la experiencia. Por ejemplo, los editores gráficos en línea con plantillas prefabricadas, como Canva, han dado lugar a la creencia generalizada de que ya no se necesitan diseñadores profesionales. Por qué pagar a una agencia o a un autónomo cuando se puede «hacer uno mismo» con una cómoda aplicación? Este enfoque devalúa los años de formación y las habilidades que distinguen a un diseñador experimentado: al fin y al cabo, el diseño no es solo la capacidad de organizar elementos, sino también un profundo conocimiento de la comunicación visual, la marca y la psicología del público. Cuando un producto de diseño se reduce a la elección de una plantilla, se convierte en un producto de consumo masivo, perdiendo su condición de servicio intelectual.
Las plataformas digitales como Fiverr y otras bolsas de autónomos agravan la situación al ofrecer a los clientes servicios a precios de ganga. Un gran número de principiantes de todo el mundo están dispuestos a aceptar un proyecto por 5-10 dólares, buscando atraer al cliente con el precio. Como resultado, se forma un mercado de compradores, en el que se valora ante todo el bajo precio, y no la calidad. Los especialistas con experiencia se ven obligados a bajar los precios o a abandonar estas plataformas. Como señalan los analistas, los grandes mercados de autónomos fomentan una «carrera hacia el abismo», una carrera hacia el precio más bajo, porque los clientes buscan deliberadamente la oferta más barata y los contratistas se ven obligados a aceptar un gran volumen de pedidos. No es de extrañar que los profesionales serios eviten estos intercambios creativos. Este cambio de enfoque de la calidad a la cantidad es característico no solo del diseño, sino también de campos relacionados, desde la fotografía de stock hasta la música. El mercado está inundado de un gran número de obras de calidad media y baja, y resulta difícil incluso para los autores con talento destacar entre tanto ruido.
El impacto de las herramientas hiperaccesibles en el llamado nivel medio de las profesiones creativas es especialmente notable. Anteriormente, era posible distinguir tres niveles: aficionados/principiantes, profesionales de nivel medio sólido (por ejemplo, diseñadores regionales, fotógrafos, ilustradores con tarifas moderadas) y la élite (agencias de primer nivel, maestros de renombre con precios elevados). Ahora, gracias a la tecnología, el nivel inferior (los aficionados) ha alcanzado al resto: disponen de herramientas que simplifican las tareas técnicas. El nivel superior se mantendrá: siempre habrá demanda de lo mejor de lo mejor, de la exclusividad. Pero el nivel medio corre el riesgo de quedar «desplazado». Los clientes con presupuestos reducidos acuden a los recién llegados o lo hacen ellos mismos en un constructor, mientras que los grandes clientes recurren inmediatamente a los grandes nombres. Como resultado, los profesionales medios pierden pedidos. Los estudios sobre la economía de la IA en la creatividad indican claramente que el mercado se está saturando, que las habilidades se valoran menos e incluso que el trabajo de alta calidad ya no garantiza una remuneración decente, ya que la oferta general está creciendo y las tarifas están bajando. En esencia, los artistas y los trabajadores creativos están viendo una disminución de sus ingresos simplemente por los cambios en las condiciones del mercado, independientemente de su nivel de habilidad.
Se observa una tendencia similar en el campo de la ilustración y el arte generativo. Las redes neuronales modernas permiten crear imágenes decentes por unos céntimos, lo que conlleva una sobreproducción de arte y una caída de los precios en el mercado de la imagen. Uno de los autores de un trabajo de investigación sobre el valor de la creatividad señala: gracias a la IA, el umbral de entrada en el mundo del arte se ha reducido, el mercado se está llenando de obras y esto podría provocar una caída en picado de su valor medio. Sí, por otro lado, están surgiendo nuevos nichos de monetización (NFT, contenido personalizado, etc.), pero el riesgo de devaluación de la creatividad humana sigue siendo real.
Así, en términos económicos, la hiperaccesibilidad de las herramientas está afectando al mercado laboral: la competencia crece exponencialmente, los precios y las tarifas están bajo presión y algunas funciones están desapareciendo por completo. Los especialistas de nivel medio, los «trabajadores incansables» de la clase creativa, se ven amenazados cuando «todo el mundo es su propio diseñador/fotógrafo/editor». Surge una especie de paradoja de la abundancia: cuanto más contenido hay, menos se valora cada unidad individual. A continuación, veremos ejemplos concretos de cómo se manifiesta esto en diferentes sectores.
El mundo de las plantillas y las estrellas virtuales
Para comprender mejor cómo las herramientas hiperaccesibles están cambiando la industria creativa, veamos algunos ejemplos ilustrativos de la práctica contemporánea.
Las nuevas tecnologías han hecho posible la creación de personalidades mediáticas totalmente digitales que compiten con personas reales. Un ejemplo llamativo es Noonoouri, una influencer virtual de moda con cientos de miles de seguidores. Fue creada por el diseñador Joerg Zuber y inicialmente saltó a la fama en el mundo de la moda, colaborando con Dior, Balenciaga, Valentino y otras marcas. En 2023 se produjo un momento histórico: la cantante virtual Noonoouri firmó con Warner Music y lanzó su primer sencillo. Es la primera vez que un personaje digital obtiene un contrato completo en la industria musical. Cabe destacar que Noonoouri cuenta con el respaldo de un equipo de creativos y tecnología de inteligencia artificial: su imagen y su música se generan artificialmente. Estos ejemplos ponen en tela de juicio el futuro de profesiones como la de modelo, cantante y actor: si una marca puede promocionar a un influencer «dibujado» que nunca causa escándalos, nunca envejece y está completamente controlado por sus creadores, esto devalúa el trabajo de los artistas vivos? Por un lado, se trata simplemente de una nueva forma de creatividad, pero, por otro, indica que los límites ya se han difuminado. Otro ejemplo para comparar es la modelo virtual Lil Miquela, que también firmó contratos con marcas de primer nivel e incluso lanzó canciones, mientras que sus productores atrajeron millones en inversiones, valorando muy positivamente el potencial de este tipo de proyectos. Hasta ahora, la sostenibilidad a largo plazo de la popularidad de las figuras virtuales es cuestionable - ha habido fracasos tras lanzamientos muy publicitados -, pero el hecho es que la competencia entre humanos y avatares digitales en el ámbito creativo ya es una realidad.
Las redes sociales, especialmente TikTok, marcan un ritmo vertiginoso y una uniformidad de contenidos. Cuando surge una nueva tendencia, ya sea un efecto visual, una transición o una plantilla de meme, miles de usuarios la repiten utilizando los mismos patrones. Aplicaciones como CapCut han simplificado este proceso: basta con tomar una plantilla ya preparada (plantilla de edición de vídeo), insertar tus fotos/vídeos y el resultado será un vídeo indistinguible de otros cientos que siguen la misma tendencia. Desde un punto de vista técnico, esto es brillante; ahora cualquiera puede editar clips con efectos sin conocer los entresijos de la edición de vídeo. Pero culturalmente, estamos recibiendo una avalancha de contenidos idénticos. El feed está lleno de vídeos gemelos, en los que solo cambian los rostros o pequeños detalles, mientras que la edición, la música y la idea son copiadas. Los usuarios se preguntan a menudo: «Por qué todo el mundo publica lo mismo?». Este es el efecto de la creatividad de las plantillas. Por un lado, las tendencias unen a la audiencia en torno a temas comunes, pero, por otro, conducen a una devaluación de la originalidad: se valora la capacidad de copiar rápidamente una fórmula exitosa, en lugar de crear una propia. Además, los propios algoritmos de las redes sociales promueven este comportamiento: un vídeo original puede pasar desapercibido, pero docenas de parodias o repeticiones basadas en él obtendrán millones de visitas porque el formato ya se ha «puesto de moda». Herramientas como CapCut no hacen más que reforzar este patrón, convirtiendo la creatividad masiva en una cadena de montaje. Como resultado, surge una monocultura de tendencias en el entorno visual, cuando aparece mucho contenido visualmente similar al mismo tiempo. Algunos críticos denominan a este fenómeno «ruido visual» o basura: sobrecarga de información procedente de imágenes excesivamente monótonas. Por supuesto, hay creadores únicos en TikTok, pero les resulta difícil destacar entre esta avalancha de clips clónicos.
Plataformas como Fiverr, Upwork y Freelancer.com se posicionan como una forma de proporcionar trabajo a miles de personas con talento en todo el mundo. Sin embargo, en la práctica, se han convertido en sinónimo de servicios creativos baratos. Fiverr se hizo famosa por el hecho de que, inicialmente, todos los servicios tenían un precio base de 5 dólares. Por ese dinero, se podía encargar, por ejemplo, un logotipo, un vídeo corto, una voz en off, etc. El eslogan de marketing «diseño por el precio de una taza de café» atrajo a muchos clientes, pero también causó indignación entre la comunidad de diseñadores. Al fin y al cabo, un logotipo de alta calidad no puede costar 5 dólares sin comprometer el proceso de trabajo. El experimento del diseñador Sasha Greif demostró que los resultados de los encargos ultrabaratos son, como era de esperar, de baja calidad: muchos «autores» de Fiverr se limitaban a descargar plantillas prefabricadas o a copiar las ideas de otras personas, haciéndolas pasar por propias, ya que de otro modo no podrían recuperar el tiempo invertido. Además, para ganar al menos algo con pedidos tan escasos, los autónomos aceptan un gran número de proyectos y los realizan rápidamente, sin profundizar en ellos. Esto crea un círculo vicioso: los clientes no esperan mucho por 5 dólares y obtienen diseños mediocres, convenciéndose a sí mismos de que «no hay nada especial en ello», devaluando así la profesión. La carrera por bajar los precios perjudica a todos: los buenos especialistas se marchan, los que están dispuestos a trabajar por centavos (a menudo principiantes o representantes de regiones con bajos ingresos) se quedan, y el nivel general de la producción creativa disminuye. Fiverr, consciente de este problema, incluso lanzó el programa Fiverr Pro con una selección de profesionales y tarifas más altas, pero la reputación general del «mercado creativo ultrabarato» ya se ha afianzado. Para las industrias creativas en su conjunto, se trata de una señal alarmante: si el cliente ya no ve la diferencia entre un servicio estándar por 5 dólares y un trabajo personalizado por 500 dólares, entonces el valor de la creatividad a sus ojos se ha nivelado. Esta situación no solo se nota en el diseño: en las plataformas de intercambio de música, los ritmos se venden por unos pocos dólares; en las plataformas de intercambio de contenidos, los artículos se escriben por un rublo por cada mil caracteres, y todo ello ejerce presión sobre el mercado profesional.
Un ejemplo igualmente revelador es ArtStation y la protesta contra el contenido generado por IA. Los artistas profesionales se han mostrado especialmente sensibles a la invasión de herramientas hiperaccesibles en su campo con la llegada de las redes neuronales generativas (Midjourney, Stable Diffusion, etc.). La popular plataforma ArtStation, donde los artistas publican sus portfolios, se convirtió en 2022 en un campo de batalla entre la creatividad digital y la humana. Cuando empezaron a aparecer obras generadas por IA en la página de inicio de ArtStation, cientos de autores indignados publicaron simultáneamente una imagen con el icono «🚫🤖 No AI» en señal de protesta. Este flash mob inundó literalmente el sitio: la propia imagen de protesta se convirtió en una de las principales tendencias. Los artistas afirmaron sin rodeos: «No a las imágenes de IA creadas robando nuestra creatividad». Es importante comprender la motivación que hay detrás: las redes neuronales se entrenan con enormes conjuntos de imágenes recopiladas de Internet (incluidas obras de ArtStation) sin preguntar a los autores. En otras palabras, la IA «absorbe» el fruto del trabajo de otros, mezcla estilos y produce nuevas imágenes. Para muchos artistas, esto equivale a un robo y un plagio, solo que cometido sin intervención humana. «Si el significado de crear arte desaparece y todo nuestro trabajo solo sirve para alimentar a una máquina que crea una imagen de IA a partir de fragmentos, para qué molestarse en crear?», comentó con emoción la artista Susan Helmig, amenazando con retirar su trabajo del acceso público. Este sentimiento de desesperación y desmotivación surgió en muchos: perfeccionas tus habilidades durante años y, de repente, la tecnología genera algo similar, entrenada con tus propias pinturas. La protesta en ArtStation puso de relieve este conflicto ético. La plataforma tuvo que introducir una opción «NoAI» para las obras, de modo que los autores pudieran prohibir que sus imágenes se incluyeran en las muestras de entrenamiento de la IA. Sin embargo, no se ha prohibido completamente el contenido de IA y la tensión sigue presente. Este caso demuestra claramente que los artistas sienten que su estilo característico se devalúa cuando las máquinas comienzan a producir obras similares sin el esfuerzo y la inspiración que los humanos ponen en ellas. Al mismo tiempo, la comunidad artística está preocupada por la proliferación de imágenes generadas: a pesar de su impresionante calidad, pueden inundar las galerías y desplazar a las obras originales, creando la ilusión de que la creatividad es un recurso fácil y gratuito.
La industria musical experimentó una transformación similar antes que otras, con la transición de las ventas de soportes físicos a la distribución digital y las plataformas de streaming. Por un lado, cualquier banda o artista puede ahora subir sus canciones a Internet por sí mismo, sin pasar por las discográficas, en Bandcamp, SoundCloud, YouTube o directamente a servicios de streaming como Spotify/Apple Music. La barrera de entrada es mínima: graba un álbum en casa con tu ordenador portátil y envíalo al oyente. Pero este océano de música accesible ha llevado a que el valor monetario de una canción o un álbum en particular tienda a cero. Para el usuario, una suscripción mensual de 10 dólares le da acceso a un catálogo de millones de canciones, cada una de las cuales reporta al titular de los derechos una fracción de centavo por cada escucha. Spotify paga entre 0,003 y 0,005 dólares por reproducción, lo que significa que una canción debe escucharse unas 229 veces para que el músico gane al menos 1 dólar. No es de extrañar que, con este enfoque, la música se perciba cada vez más como «contenido desechable», un recurso de fondo. El productor musical Rick Rubin dijo que una gran canción está impregnada de alma y una perspectiva única, mientras que una composición generada algorítmicamente o producida en masa carece de esa chispa, pero, por desgracia, el mercado dicta las condiciones de un flujo constante de contenido a los músicos. El director ejecutivo de Spotify, Daniel Ek, lo expresó sin rodeos: «No se puede sacar música una vez cada tres o cuatro años y pensar que es suficiente». En esencia, sugirió que los artistas aumentaran sin cesar su producción de temas para mantenerse a flote. Este modelo conduce a una sobresaturación: cada día se suben decenas de miles de canciones nuevas a los servicios de streaming. La competencia es increíble y la atención del público se dispersa. Muchos oyentes ni siquiera recuerdan los nombres de los intérpretes, ya que la lista de reproducción cambia demasiado rápido. La música se ha convertido en un «contenido» que se consume rápidamente y se olvida de inmediato. Por supuesto, ha habido movimientos contrarios: los fans apoyan a sus artistas independientes favoritos directamente a través de Bandcamp y Patreon (Bandcamp incluso organizó días en los que el 100 % de los ingresos se destinaban a los músicos, sin comisiones, y los fans transfirieron más de 20 millones de dólares en apoyo a los artistas en pocos meses). En otras palabras, el valor de un producto creativo puede seguir siendo alto si se ha establecido una conexión emocional entre el artista y el público. Pero en el mercado masivo, hay una clara devaluación de la música como mercancía. Muchos artistas jóvenes se ven obligados a trabajar «por exposición», aceptando regalías insignificantes a cambio de la oportunidad de hacerse virales. Y los oyentes se están acostumbrando al hecho de que la música está disponible en cantidades ilimitadas y casi gratis, de ahí la disminución de su valor estimado. Tan pronto como el contenido se vuelve digital y ultraaccesible, comienza a percibirse como un servicio utilitario en lugar de una obra de arte.
La conclusión es obvia: el escenario se repite en diferentes industrias. Las nuevas herramientas y plataformas facilitan y agilizan la creación y distribución de obras creativas, pero esto va acompañado de una ola de monotonía, caída de los ingresos y conflictos entre la «nueva ola» de contenidos y los autores tradicionales. Para comprender mejor la esencia del fenómeno, podemos buscar paralelismos históricos; al fin y al cabo, algo similar ha ocurrido antes, solo que de formas diferentes.
La historia ya ha pasado por esto.
La idea de que la accesibilidad de la tecnología cambia las industrias creativas no es nueva. Más de una vez en la historia, la innovación ha democratizado el proceso creativo, haciéndolo más accesible, y esto siempre ha llevado a cambios en el mercado y la cultura.
Tomemos como ejemplo la fotografía. En el siglo XIX, la fotografía era un privilegio de la élite, ya que requería cámaras voluminosas y procesos químicos complejos. Cada toma requería habilidad y un gran gasto, por lo que los fotógrafos profesionales eran muy valorados. Sin embargo, con el desarrollo de la tecnología, las cámaras se hicieron cada vez más fáciles de usar. La llegada del autofoco y los ajustes totalmente automáticos a finales del siglo XX eliminó una barrera clave: antes, solo los fotógrafos profesionales sabían cómo ajustar manualmente la exposición y el enfoque, anticipándose al desarrollo de la escena. Las cámaras automáticas permitían a cualquier principiante tomar fotos nítidas y bien iluminadas con solo pulsar un botón. Luego, la revolución digital redujo aún más el umbral: ya no se desperdiciaba película y se podía experimentar todo lo que se quisiera, ya que las fotos malas se podían borrar inmediatamente sin ninguna pérdida. Y con la difusión de los teléfonos inteligentes con buenas cámaras, todo el mundo empezó a hacer fotos. Como resultado, la profesión de fotógrafo cambió: el mercado se inundó de multitud de fotos amateur y a los profesionales les resultó más difícil destacar. Al mismo tiempo, el mercado de los bancos de imágenes sufrió una transformación. Los clásicos bancos de fotos del pasado (Corbis, Getty) vendían imágenes a precios elevados y pagaban a los fotógrafos honorarios sustanciales. Pero el aumento del número de autores permitió a las agencias cambiar su modelo: en lugar de costosas ventas individuales, comenzaron a vender masivamente a precios bajos. Esto llevó a la aparición de los microstocks (Shutterstock, iStockPhoto, etc.), donde una licencia de foto cuesta un par de dólares, de los cuales el autor recibe centavos. Cuando el número de fotógrafos creció exponencialmente, cada fotógrafo individual se volvió fácilmente reemplazable y las fotos se convirtieron en una mercancía en un catálogo gigante. Las agencias ya no competían por la calidad de sus fotos, sino por el precio y el tamaño de la biblioteca. Esto devastó los ingresos de muchos profesionales: lo que antes se podía vender en exclusiva por 1000 dólares, ahora se podía vender en microstocks por 1 dólar y ser comprado por cientos de clientes. Los veteranos del sector se indignaron y acusaron a los recién llegados de estar dispuestos a trabajar por centavos y destruir el mercado, pero estos mismos veteranos habían sustituido en su día a los costosos estudios ofreciendo servicios más asequibles. Así es la evolución: la tecnología y la sobreproducción provocaron inevitablemente una caída de los precios medios. Y hoy, en el contexto de la IA, la historia se repite: los fotógrafos protestan contra las imágenes generativas, al igual que en su día protestaron contra los microstocks o los «aficionados con cámaras digitales».
Otro ejemplo evidente es el diseño web. En la década de 2000, crear un sitio web era una tarea compleja que requería conocimientos de HTML, CSS, diseño y programación. Los estudios web florecieron, creando sitios web llave en mano para presupuestos importantes. Pero con el tiempo, aparecieron los CMS (sistemas de gestión de contenidos) como WordPress y Joomla, seguidos de completos constructores visuales (Wix, Squarespace). El ecosistema de WordPress, que se hizo extremadamente popular, desempeñó un papel especial. Existen innumerables plantillas y temas ya preparados, tanto de pago como gratuitos. Los empresarios y blogueros ya no necesitan contratar a un diseñador web: pueden comprar una plantilla por 50 dólares y obtener un sitio web de aspecto profesional, lo único que tienen que hacer es sustituir el texto y las imágenes. Esto ha dado lugar a todo un mercado de plantillas premium, al tiempo que ha reducido el flujo de pedidos de diseños únicos. Muchos proyectos pequeños prefieren las soluciones de plantillas: son rápidas, baratas y «bonitas». Pero un efecto secundario ha sido la devaluación del diseño web original y la estandarización de la apariencia de los sitios web. Los temas populares se venden por miles de copias, lo que hace que Internet esté lleno de sitios web que solo se diferencian en sus logotipos y contenidos, pero que parecen gemelos. El riesgo de duplicación del diseño se ha convertido en un problema consciente: si una marca valora una imagen única, una plantilla no le conviene. Sin embargo, la mayoría de las pequeñas empresas están dispuestas a aceptar que su sitio web sea «como el de todos los demás» siempre que sea más barato. Además, la baja barrera de entrada a la profesión ha provocado la llegada de webmasters novatos que crean sitios web en WordPress sin tener conocimientos profundos. Según los expertos, la reputación de WordPress se ha visto incluso perjudicada porque muchas personas sin experiencia lo utilizan para crear sitios web de baja calidad. Una vez más, vemos un patrón familiar: la calidad puede verse afectada, pero prevalece el atractivo masivo. No obstante, al igual que en el diseño gráfico, los desarrolladores web han encontrado una estrategia de supervivencia: pasar al segmento premium, creando soluciones personalizadas que enfatizan la exclusividad del trabajo artesanal y se ajustan a las necesidades del cliente.
Y, por supuesto, la música. Incluso antes de la era del streaming, en los años 80 y 90, se produjo una transición de los costosos estudios analógicos a medios asequibles de producción musical. Los sintetizadores, luego los secuenciadores de software, el MIDI... Todo ello permitió a los músicos grabar temas en casa. Mientras que antes era casi imposible grabar un álbum sin un sello discográfico y un estudio profesional, en la década de 2000 el concepto de «estudio casero» se había convertido en algo habitual para todos los aficionados. Y luego, Internet y plataformas como MySpace y YouTube hicieron posible la distribución independiente de música. Sin duda, esto abrió el camino a miles de talentos que no encajaban en el formato de las grandes discográficas. Pero, al mismo tiempo, el mercado se inundó de música. Se produjo una inflación de valor: la gente dejó de apreciar los álbumes como artefactos, como el resultado de un trabajo duro, y se convirtieron en archivos de una lista de reproducción. Los soportes físicos (vinilos, CD) establecían un cierto estándar de valor: tras pagar entre 10 y 20 dólares, los oyentes trataban sus compras con cuidado, las escuchaban repetidamente y examinaban las portadas. Ahora, por la misma cantidad de dinero, se puede acceder a toda la música del mundo, por lo que, naturalmente, ha disminuido el cuidado con el que se percibe. La música se ha convertido en algo por lo que «desplazarse», como el feed de una red social. Para los músicos, esto significó asumir roles que antes les eran desconocidos: dedicarse al marketing, recordar constantemente a la gente su existencia con contenido y buscar nuevas formas de mantener la atención del oyente. De lo contrario, su trabajo se ahogaría en un mar de otros. Esta situación es típica de cualquier campo en el que hay demasiado contenido: se produce una crisis de atención. La industria musical ha encontrado algunos antídotos: por ejemplo, ahora se valoran las actividades de conciertos y los productos promocionales, cosas que no se pueden copiar ni descargar gratis. Del mismo modo, los artistas están empezando a vender no imágenes, sino una sensación de conexión con el autor (a través de transmisiones, blogs, redes sociales y el patrocinio de los fans). Estas son respuestas a los retos de la democratización.
En general, los ejemplos históricos nos enseñan que cada nueva tecnología que hace que la creatividad llegue al mercado masivo amplía el campo de la creatividad, por un lado, pero, por otro, inevitablemente abarata el producto medio. Aparecen más obras de calidad media y el público tiene que adaptarse, aprender a filtrar y apreciar lo nuevo. Los mismos fotógrafos acabaron por centrar su atención en géneros más complejos, en el arte, y comenzaron a vender no tanto fotos como su visión (algo de lo que una máquina es incapaz). Pero el periodo de «transición dolorosa» casi siempre pasa; en parte, nos encontramos ahora en él con respecto a la IA y las nuevas herramientas.
De la autenticidad al algoritmo
Además de la economía, la hiperaccesibilidad de la creatividad también afecta a la cultura del espacio visual y musical. Cuando millones de personas utilizan las mismas herramientas y algoritmos, se produce un fenómeno de homogeneización: la estandarización del estilo, el contenido y la forma.
El resultado es un paisaje visual monótono. Pero aquí está la paradoja: las herramientas ofrecen infinitas posibilidades para la creatividad, pero la mayoría de la gente prefiere el camino más fácil: ajustes preestablecidos, filtros y plantillas ya preparados. Como resultado, vemos muchas obras similares. La plantillización del diseño hace que el paisaje visual moderno (especialmente en el entorno digital) se vuelva predecible. Por ejemplo, los diseñadores gráficos compartieron que el entusiasmo excesivo por Canva y los elementos de archivo ha dado lugar a una cultura del diseño de plantillas: «bonitas, pero como las de todos los demás». Esto conduce a la «clonación masiva» y a la difuminación de la originalidad: las plantillas y las ilustraciones de archivo estándar hacen que el contenido sea repetitivo, es decir, cortado por el mismo patrón. El panorama visual se inunda de imágenes similares y el efecto de novedad se atenúa. En el diseño de interiores, por ejemplo, también se habla de la era del «copiar y pegar», en la que las soluciones populares se replican hasta tal punto que los hogares y las oficinas de todo el mundo parecen haber sido diseñados por la misma persona. Se trata de un empobrecimiento estético del entorno.
Otro problema es la sobreabundancia de estímulos visuales. Cuando hay demasiado contenido, la gente deja de apreciarlo y consumirlo de forma reflexiva. Nos desplazamos por nuestro feed de Instagram, pasando cientos de fotos y vídeos sin detenernos. Se produce una inflación de la atención: cada imagen individual se pierde en el flujo. Muchos han expresado la opinión de que el principal resultado de la invasión de la creatividad de las redes neuronales es el agotamiento de la atención del espectador y la devaluación del contenido de los medios de comunicación como tal. Hace treinta años, el espacio cultural era limitado (unos pocos canales de televisión, revistas) y las obras de arte o los acontecimientos mediáticos importantes se convertían en propiedad de todos, eran ampliamente apreciados y discutidos. Hoy en día, cada uno recibe su propio flujo limitado de contenidos en función de sus intereses, y la sociedad se fragmenta en burbujas de información. Cada burbuja contiene un exceso de material, pero poco de él tiene un valor duradero. Basura visual es el nombre que se le da a los objetos visuales excesivos, formulistas y de baja calidad que llenan el espacio. Se trata de banners publicitarios, memes, plantillas repetitivas, todo lo que se olvida rápidamente. Hay mucho y compite por nuestra atención con cosas verdaderamente originales. Como resultado, el sutil lenguaje visual del autor puede simplemente perderse, sin ser leído por espectadores cansados de la abundancia de imágenes.
La artesanía manual siempre ha implicado un estilo reconocible, la individualidad del autor. Los grandes fotógrafos, artistas y directores se distinguían por su estilo característico. Ahora, si todo el mundo utiliza las mismas herramientas, los estilos se difuminan. Las redes neuronales, por ejemplo, generan imágenes, a menudo compilando características de los estilos más populares (mezclando a Monet con Van Gogh, o creando «arte conceptual al estilo de ArtStation»). Esto conduce a una especie de estilo medio aritmético. Los expertos advierten que si los artistas empiezan a abusar de la IA para ahorrar tiempo, su trabajo también puede volverse monótono con el tiempo. Un estudio ha demostrado que los no artistas que trabajan con IA alcanzan rápidamente una «meseta de monotonía»: sus imágenes comienzan a parecerse entre sí, variando solo ligeramente. Solo la visión humana puede «romper» esta barrera de plantillas y aportar algo verdaderamente nuevo. Sin embargo, existe un riesgo: en un mercado saturado, incluso los artistas originales pueden decidir ajustarse a los gustos y tendencias medios para seguir teniendo demanda. Y esto, de nuevo, socava la diversidad cultural. Además, si los consumidores no pueden distinguir entre lo que ha sido creado por una persona y lo que ha sido creado por una máquina (y cada vez es más imposible distinguir la diferencia visualmente), entonces disminuye el incentivo para apreciar la autoría única de alguien. Como escribió un crítico, tendemos a admirar menos una obra cuando nos enteramos de que ha sido creada por la IA: la magia de la creatividad desaparece. Esto crea un círculo vicioso: los autores pierden la motivación para destacar, el público es menos reflexivo y aprecia menos las personalidades, y la cultura se homogeneiza en una masa gris de contenidos.
Por supuesto, no se trata de un panorama apocalíptico: las obras inusuales y poderosas siguen siendo valoradas y están surgiendo nuevos estilos. Pero para que surja un estilo distintivo se necesita tiempo y la atención del público, y eso es precisamente lo que falta. El riesgo de pérdida cultural es que, cuando se devalúan los productos creativos, puede desaparecer el propio ambiente de respeto por la creatividad y la innovación. El entorno visual puede caer en un estado en el que todo el mundo ama lo familiar y no exige nada nuevo; al fin y al cabo, cuando se prueba algo nuevo, se copia inmediatamente y se convierte en otra plantilla más.
Cuál es el resultado? La disponibilidad excesiva de herramientas amenaza con crear una cultura de plantillas y sobresaturación. Por supuesto, todavía hay nichos para la experimentación, la creatividad underground y la contracultura; tal vez los movimientos que rechazan las plantillas se conviertan en una reacción a la corriente dominante (por ejemplo, la pintura a mano sobre lienzo vuelve a estar de moda en ciertos círculos, y la fotografía analógica está experimentando un renacimiento como protesta contra el mundo del «Photoshop»). Pero la cultura visual de masas ya ha cambiado: se ha vuelto más colectivista, orientada a las tendencias y menos favorable a los individualistas brillantes. El estilo de un autor ahora tiene que defenderse y protegerse, a veces incluso legalmente (de la copia por parte de la IA).
Los seres humanos y los algoritmos: quién crea realmente?
La economía y los estilos son una cosa, pero la forma en que la sociedad percibe el trabajo humano en comparación con el trabajo mecánico, y lo que piensan los propios creadores al respecto, no es menos importante. La hiperaccesibilidad de la tecnología plantea varias cuestiones éticas y filosóficas acuciantes.
El valor de la contribución humana. Estudios psicológicos recientes han revelado un fenómeno interesante: las personas tienden a atribuir menos valor al arte si saben que ha sido creado por la IA. En un experimento, se mostró a los participantes una serie de pinturas y se les pidió que valoraran su belleza; a la mitad se les dijo que el autor era humano, mientras que a la otra mitad se les dijo que las pinturas habían sido generadas por un ordenador (de hecho, todas las imágenes procedían de la IA). El resultado: en igualdad de condiciones, las pinturas etiquetadas como «creadas por un humano» recibieron valoraciones significativamente más altas, mientras que las mismas obras etiquetadas como «IA» parecían menos bellas y significativas para las personas. En otras palabras, existe un sesgo prohumano en la percepción: al saber que hay un creador humano, el espectador percibe un sentido adicional de «alma» y profundidad en la obra. Esto apunta a una cuestión importante: el valor del arte proviene en gran medida de la idea del acto creativo, del hecho de que «alguien ha puesto una parte de sí mismo en él». Si eliminamos este aura y presentamos la obra como el resultado de un frío algoritmo, se percibe de forma diferente a nivel emocional. Por supuesto, no todo el mundo piensa así - la generación más joven puede ser menos categórica -, pero la tendencia está ahí. Esto plantea un dilema ético para la industria: debemos etiquetar el contenido creado por la IA y se considerará «de segunda categoría» en comparación con el contenido creado por humanos? O, por el contrario, el hábito se impondrá con el tiempo y el público dejará de distinguir quién es el autor, en cuyo caso los creadores tendrán que demostrar de alguna manera su «humanidad» en sus obras para destacar?
«Trabajo o talento?» Está disminuyendo el respeto por el trabajo creativo? Cuando todo el mundo utiliza herramientas potentes, se crea la ilusión de que «yo también puedo hacerlo, así que no hay necesidad de pagarlo/apreciarlo». Esto es precisamente lo que temen los profesionales: la devaluación en la opinión pública. Al fin y al cabo, si antes, por ejemplo, un ilustrador o compositor de alto nivel era único, y la gente entendía que su trabajo requería años de práctica, ahora podrían decir: «Y qué? Esta imagen no es peor que una creada por una red neuronal». El trabajo humano se vuelve invisible y no se le reconoce ningún papel especial. Esto se refleja incluso en la terminología: son populares frases como «ahora lo dibujará una red neuronal» y «por qué contratar a un fotógrafo? Todo el mundo tiene un buen iPhone». En otras palabras, la creatividad se está convirtiendo en una mercancía, un recurso estándar. Por eso el tema es tan doloroso para las comunidades creativas: para ellas es importante transmitir que su trabajo es más que pulsar un botón. No es casualidad que en ArtStation los artistas que protestaban hablaran de «robo de creatividad». Consideraban que los algoritmos se habían apropiado de los frutos de su imaginación, los habían promediado y los habían presentado sin reconocer su autoría. Desde el punto de vista legal, la autoría de las obras de IA es una zona gris: en muchos países, una obra creada íntegramente por una máquina no está protegida por derechos de autor porque no hay un autor humano. Como resultado, el contenido de IA es oficialmente «de nadie», lo que significa que, como mercancía, es potencialmente más rentable para las empresas (no hay que pagar derechos de autor). Esto también preocupa a los creadores: empezarán los estudios a despedir a los ilustradores y a comprar imágenes generativas sin licencia? Ya se han producido casos de despidos: por ejemplo, Fiverr despidió al 30 % de su personal y anunció que iba a pasar a una estrategia «AI-first», introduciendo esencialmente contenido autogenerado en lugar de personas. Así, la ética laboral se está elevando al nivel de la sociedad: cómo nos sentimos ante una situación en la que las máquinas compiten con los humanos? Esto es similar a la revolución industrial, cuando el trabajo manual fue sustituido por máquinas, pero en el ámbito creativo se creyó durante mucho tiempo que las máquinas no podían sustituir a la creatividad. Ahora que ese mito ha sido desmentido, la pregunta es si valoramos la creatividad humana por sí misma o solo por el resultado. Muchos coinciden en que lo valioso del arte es precisamente la experiencia humana, la emoción y la historia del autor, cosas que la IA no tiene. Si la sociedad pierde de vista este valor, la motivación para la autoexpresión puede disminuir.
Es importante que las personas creativas sientan que su trabajo es único y tiene demanda. Qué ocurre cuando un escolar utiliza una red neuronal para producir una imagen que no es peor que la de un artista que ha «dedicado décadas a desarrollar sus habilidades»? Este último puede experimentar una crisis existencial: por qué me esforcé tanto si mi habilidad ya no es exclusiva? Esta situación se ha comparado en Internet con una parábola social: el arte solía ser como la caza, un oficio practicado por «cazadores» selectos (artistas y músicos con talento) que eran admirados, pero ahora la «presa» (imágenes y música hermosas) puede producirse en serie, y los cazadores de ayer se han convertido en simples trabajadores agrícolas. El estatus social del creador como héroe especial, como pionero, está desapareciendo. No es de extrañar que algunas personas creativas admitan que sienten una pérdida de sentido: dicen que antes pintaban y recibían reconocimiento, pero ahora cualquiera puede generar algo similar y la atención del público se dispersa. Además, el público empieza a sospechar que cualquier obra de arte ha sido generada. Un artista publica una magnífica pintura y los comentarios dicen: «No lo ha hecho una red neuronal?». Esto también socava la motivación: si tu estilo autoral puede confundirse con un algoritmo sin alma, cómo puedes afirmar tu individualidad? Como resultado, existe el riesgo de que algunas personas con talento se desilusionen y abandonen sus actividades creativas o pasen a hacerlo como un hobby, sin seguir una carrera profesional. Esto es especialmente cierto para el nivel medio, aquellos autores que son muy buenos, pero no genios. En términos generales, el 1 % de los artistas más destacados seguirá siendo reconocido (su nombre es una marca), pero el 50 % medio corre el riesgo de perder su público, su trabajo y su motivación si nada cambia. El aspecto ético aquí es la responsabilidad de la sociedad de apoyar el valor del trabajo creativo y no permitir que se reduzca a nada en la búsqueda de contenidos baratos.
A largo plazo, el público se enfrentará a la pregunta: en qué creer y qué considerar arte auténtico? Si la IA aprende a imitar con precisión cualquier estilo, la línea entre lo original y lo copiado se difuminará. Ya estamos viendo algunos casos curiosos: en los foros de Reddit para artistas, la gente publica dibujos y los moderadores los prohíben, pensando que son obra de una red neuronal, porque el estilo es tan perfecto o, por el contrario, porque hay algunos «artefactos» de generación (aunque el autor es una persona real que simplemente dibuja así). Esto conduce a la desconfianza en la información visual. Quizás se creen nuevos métodos de verificación de la autenticidad (por ejemplo, etiquetas criptográficas «dibujadas por un humano»), lo cual es extraño en sí mismo: una persona tendrá que demostrar que no es una máquina. Filosóficamente, esto plantea la cuestión de la singularidad de la experiencia humana. Mientras valoremos la creatividad basándonos en la idea de que detrás de ella hay un alma, una personalidad, experiencias, el arte sirve de conducto para ello. Si la sociedad dice de repente: «No nos importa quién lo haya hecho, siempre que sea impresionante», el cambio de valores es inevitable. Hay quien opina que esto no sucederá y que la «conexión con las personas» seguirá siendo la clave del significado del arte. Muchas figuras conocidas (como Rick Rubin) enfatizan: «El arte es valioso por su humanidad, su alma. Sin ella, es un caparazón vacío». Pero si los consumidores dejan de distinguir esta alma... éticamente, nos encontraremos en un mundo muy extraño en el que la creatividad perderá su significado más profundo, convirtiéndose simplemente en un estimulante para los sentidos.
Por lo tanto, el reto ético de la era de la creatividad hiperaccesible es no perder el respeto por el elemento humano en el arte y la creatividad. Es importante encontrar un equilibrio entre el uso de la creatividad de las máquinas y la preservación del espacio para la autoexpresión humana. De lo contrario, corremos el riesgo de desmotivar a generaciones enteras de artistas, escritores y músicos en potencia. Al fin y al cabo, si su trabajo es «innecesario» (porque existe un algoritmo), nos empobreceremos cultural y espiritualmente. Afortunadamente, actualmente existe una conciencia de este problema: la gente habla de él, discute sobre él y propone normas (por ejemplo, exigir la divulgación del uso de la IA en las obras presentadas a concursos). Quizás en el futuro, la condición de «hecho a mano» en el trabajo creativo se convierta incluso en una especie de marca de calidad, al igual que hoy en día se valoran los productos artesanales.
Cómo preservar el valor de la creatividad humana
Ante todos estos cambios, los creadores profesionales tienen que replantearse su papel y buscar nuevos enfoques. Sin embargo, siempre hay una salida a cualquier crisis. Ya están surgiendo varias estrategias que ayudan a los artistas, diseñadores y músicos a preservar el valor de su trabajo e incluso a prosperar en las nuevas condiciones:
Una forma obvia es destacar que tu trabajo es artesanal, individual y con alma. En un mundo en el que el 95 % del contenido se produce automáticamente, el trabajo manual se está convirtiendo en una rareza y un lujo. Es como en el mundo de los objetos: se producen en masa millones de recuerdos idénticos, pero los artículos exclusivos hechos a mano siguen siendo más valorados. Si un profesional creativo declara abiertamente que no utiliza plantillas ni inteligencia artificial, sino que elabora cada detalle personalmente, esto puede convertirse en un indicador de calidad superior. Los clientes y el público orientados a la calidad están dispuestos a pagar más por la singularidad y la autenticidad. No es casualidad que los artículos hechos a mano se vendan por cientos de dólares en plataformas como Etsy: la gente paga por la exclusividad y el tiempo del artesano. Al trasladar esta filosofía a la creatividad digital, puedes posicionar tus servicios como «boutique» frente a «comida rápida». Por ejemplo, un diseñador puede limitar el número de proyectos y hacer cada uno «llave en mano» desde cero, un artista puede ofrecer originales en lugar de solo copias digitales, y un músico puede lanzar una serie limitada de copias físicas de un álbum con autógrafos. Todo esto crea escasez y valor. Esta estrategia funciona si ya se ha establecido y hay un segmento que valora la calidad. Por otro lado, el mercado masivo puede quedarse atrás, pero no pasa nada, dejemos que la IA se ocupe del mercado masivo. Un matiz importante: hay que transmitir al público el valor del trabajo artesanal. La misión educativa recae sobre los hombros de los profesionales: explicar a los clientes por qué un logotipo de 500 dólares es mejor que una plantilla de 5 dólares, porque refleja su marca única, tiene en cuenta la estrategia y no es solo una imagen bonita. Lo mismo se aplica a otras áreas: las ideas personalizadas y el enfoque individual son lo que se vende en el segmento premium.
Las herramientas automatizadas son buenas para tareas típicas, pero aún no son capaces de pensar estratégicamente ni de resolver problemas conceptuales profundos. Por lo tanto, los profesionales pueden cambiar su enfoque de la simple creación de contenido a la consultoría, la ideología y las soluciones integrales. En el diseño, por ejemplo, en lugar de competir con Canva en la creación de banners puntuales, un estudio puede vender un servicio para desarrollar una estrategia de marca y una identidad visual para una empresa, incluyendo la investigación de la audiencia, el posicionamiento, etc. Esto es algo que una plantilla no puede hacer; requiere experiencia e inteligencia humanas. El factor humano, en el buen sentido, se convierte en un activo: la capacidad de hacer las preguntas adecuadas, comprender los objetivos empresariales y proponer conceptos no estándar. La inteligencia artificial opera con combinaciones ya conocidas, mientras que los humanos pueden aportar algo nuevo y crear un nuevo significado. Muchas agencias ya se posicionan de esta manera: no se trata de «hacer un dibujo», sino de resolver sus tareas de comunicación. Los clientes que aprecian esto comprenden inmediatamente la diferencia: pagan por la experiencia y el pensamiento creativo, no por una hora de trabajo en Photoshop. Confirmando esta tendencia, los expertos aconsejan: «Los estudios de diseño deben replantearse su propuesta de valor, haciendo hincapié en el pensamiento creativo, el enfoque humano y las ideas únicas que los diferencian de las plantillas sin alma». En otras palabras, la evolución de un profesional consiste en convertirse no solo en un ejecutor, sino en un socio, asesor y director creativo para el cliente.
La tecnología de lucha es inútil, como se suele decir, «el genio ya ha salido de la lámpara». En lugar de negarla por completo, muchos creadores con visión de futuro están optando por colaborar con la IA. Esto significa utilizar las mismas redes neuronales y constructores como herramientas auxiliares, pero sin depender completamente de ellos. Las investigaciones demuestran que la combinación de «persona con experiencia + IA» puede producir excelentes resultados: la red neuronal genera ideas básicas o borradores, y un artista cualificado los perfecciona, añadiendo variedad y novedad que no están disponibles en una plantilla. Por ejemplo, un artista puede utilizar Midjourney para esbozar docenas de composiciones, seleccionar una interesante y luego redibujarla manualmente, mejorándola y añadiéndole individualidad. Este enfoque ahorra tiempo en el trabajo preliminar, pero mantiene el control del autor. Muchos artistas conceptuales en el desarrollo de videojuegos ya lo hacen: en lugar de temer que «la IA les quite el trabajo», han dominado estas herramientas y se han vuelto el doble de productivos, mientras que el arte final sigue teniendo su estilo. En la música ocurre algo similar: los algoritmos pueden generar un patrón rítmico o una melodía, pero el músico añade matices y expresión. En la escritura, GPT producirá un borrador de una idea y el escritor lo pulirá y le añadirá tono. De esta manera, el profesional sigue siendo el director del proceso, utilizando la IA como un «pincel inteligente» o un «teclado». Por supuesto, esto requiere un aprendizaje y un reciclaje constantes, pero las personas creativas ya están inclinadas a hacerlo. Lo principal es no intentar competir con la máquina en la velocidad de producción de contenidos típicos (donde los humanos saldrán perdiendo), sino combinar los puntos fuertes de ambos. Esta estrategia permite aumentar la eficiencia y ofrecer una nueva calidad que no se puede lograr por medios puramente mecánicos. De hecho, se trata de un cambio de roles: de «intérprete-artesano» a «director, curador» de la creatividad, donde la orquesta incluye redes neuronales, técnicas manuales y cualquier otra cosa.
Otra parte de la estrategia de supervivencia consiste en explicar el valor de la creatividad a la sociedad. Los profesionales pueden asumir el papel de educadores: a través de blogs, discursos y estudios de casos, pueden mostrar la diferencia entre el trabajo profundo y la artesanía superficial. Si el público aprende a «escuchar» la voz del autor y a distinguir el contenido de calidad, lo buscará. Muchas comunidades ya están cumpliendo esta misión en cierta medida: publican denuncias de plantillas de baja calidad (por ejemplo, señalan que los logotipos de las plantillas suelen contener plagios ocultos o defectos técnicos, o que los sitios web con temas gratuitos tienen problemas de seguridad y optimización). En otras palabras, debemos dotar a nuestros clientes de criterios de calidad. Entonces, el bajo precio dejará de ser el único argumento. Por supuesto, no se podrá convencer a todo el mundo, pero se puede cultivar un propio segmento de entendidos. Esto es similar a cómo se está desarrollando, por ejemplo, la cultura de la cerveza artesanal o la moda de diseño: en paralelo al mercado masivo, se está formando un estrato de personas que entienden y están dispuestas a pagar por lo mejor. Algo similar es posible en los servicios creativos. Antes, solo los profesionales podían «entenderlo», pero ahora, gracias a la educación en línea, incluso los clientes pueden comprender que «no todo lo que parece bonito a primera vista es un buen diseño». Si logramos elevar la cultura visual de la sociedad, todos saldremos ganando: la demanda de contenidos de mala calidad desaparecerá, lo que significa que no tendrá sentido producirlos.
Cuando los ingresos directos de un producto disminuyen, los creadores idean otras formas de monetizarlo. Estamos asistiendo a un auge de los mecenas, las donaciones y los contenidos exclusivos para suscriptores. En esencia, los autores apuestan por su relación con el público: no venden el contenido en sí, sino el acceso a ellos mismos, al proceso, a la comunidad. Esto es algo que sin duda no se obtiene con el contenido impersonal de la IA. Los fans apoyan voluntariamente a sus autores favoritos con dinero para que puedan seguir creando: aquí entra en juego una conexión emocional. También existe la idea de tokenizar el tiempo y la atención: por ejemplo, emitiendo NFT o derechos limitados para utilizar una obra. Si el mercado del streaming ha devaluado una copia, entonces el acceso original o privilegiado puede ser caro. Los artistas han empezado a vender bocetos únicos y los músicos han comenzado a celebrar conciertos privados en línea para los fans que pagan. Todo esto saca la creatividad de la esfera puramente comercial y la lleva al ámbito de las experiencias y los servicios de alta gama. En términos relativos, una pintura como decoración interior puede ser ahora barata (una impresión de una red neuronal), pero una pintura como objeto de arte, parte de la personalidad del autor, sigue siendo un bien caro. Esto significa que el autor debe cambiar el énfasis hacia lo segundo. En términos generales, vender arte, no una imagen. Aquí es donde la historia, la comunicación y el carisma del artista cobran importancia. Muchos creadores se están volviendo más activos en las redes sociales, no por vanidad, sino para aprovechar su marca personal y monetizar su creatividad. Estamos volviendo al antiguo modelo de mecenazgo, solo que en forma democrática (a través del crowdfunding, las donaciones, etc.).
Por último, los profesionales están empezando a unirse para proteger sus intereses. Al igual que los gremios en el pasado, ahora se habla de la regulación legal de la IA (por ejemplo, la obligación de etiquetar claramente el contenido de IA, la prohibición de entrenar con contenido sin el consentimiento del autor y la compensación). Ya hay demandas de artistas contra empresas que han creado generadores de imágenes basados en sus pinturas. Quizás en el futuro exista algún tipo de fondo para apoyar a la clase creativa afectada por la automatización (similar a cómo los trabajadores de las fábricas estaban protegidos por los sindicatos). Por ahora, esto es solo un esbozo, pero el debate en sí mismo es importante. Por ejemplo, en el Reino Unido se ha planteado la cuestión de un «impuesto a la creatividad digital», que gravaría a las empresas que utilizan contenidos de IA, y cuyos ingresos se destinarían a un fondo de apoyo a los artistas. Aunque esta idea aún está lejos de implementarse, la idea es hacer que la automatización sea más responsable con las personas. Los profesionales deben mantenerse unidos, compartir sus experiencias de adaptación y comunicar el valor de sus profesiones a la sociedad.
En resumen, los profesionales pueden sobrevivir y prosperar si cambian su perspectiva: en lugar de competir con las máquinas, deben proporcionar lo que las máquinas no pueden hacer. Y eso es el factor humano, la creatividad con mayúscula, la emoción, la historia, la singularidad. Además, deben utilizar la máquina como asistente y mantenerse al día con la tecnología. Así, las personas creativas seguirán estando un paso por delante: la IA puede funcionar rápido, pero siguen siendo los humanos quienes construyen la ruta. Y siempre habrá quienes sigan a un líder vivo en lugar de a un algoritmo.
Cuál es el resultado final?
Vivimos en una época en la que las herramientas creativas se han vuelto realmente accesibles, lo que parece ser el sueño de cualquier humanista: ¡creatividad para todos, sin barreras! Paradójicamente, este sueño se ha convertido en nuevos retos. El mercado se ha visto inundado de contenidos, el valor medio de los productos creativos ha disminuido, los profesionales se han vuelto inseguros y la cultura se ha enfrentado al riesgo de la monotonía. La democratización de la creatividad es un arma de doble filo: destruye las viejas jerarquías, pero también difumina los criterios de calidad.
Sin embargo, la historia nos enseña que cada uno de estos cambios no es el fin del arte, sino una transformación. Cuando apareció la fotografía, la gente pensó que la pintura desaparecería, pero la pintura simplemente cambió y surgió el arte modernista. Cuando el cine se convirtió en la corriente dominante, el teatro no desapareció, sino que encontró nuevas formas. Ahora es el turno de las industrias creativas digitales de adaptarse también. La creatividad humana no es solo un fenómeno tecnológico, sino también espiritual. Los algoritmos pueden simular el estilo, pero no la experiencia. Y, a largo plazo, es la sed de experiencias sinceras y únicas lo que empujará a las personas a apreciar el trabajo manual y la voz del autor. Quizás las profesiones creativas renacerán: menos rutina, más búsqueda de significado. Y la creatividad como habilidad se volverá omnipresente (dado que todo el mundo puede crear algo, la sociedad en su conjunto se volverá más creativa).
Por ahora, nos encontramos en una encrucijada. Mucho depende de las decisiones que tomen la comunidad creativa y el público. Si como sociedad seguimos cultivando el respeto por la autoría, apoyando a los creadores con dinero y atención, y exigiendo ética a la tecnología, encontraremos un equilibrio en el que las máquinas liberarán el tiempo de los artistas para que alcancen la grandeza, asumiendo las tareas rutinarias. De lo contrario, nos enfrentaremos a un escenario utópico bastante sombrío en el que habrá mucho contenido, pero nada que impresione, porque todo será derivativo y sin alma.
Pero si miramos la historia del arte, la primera opción parece más probable. La gente ya se está inclinando por artículos nicho y únicos: los discos de vinilo se vuelven a vender, los cuadros pintados a mano encuentran compradores, los diseñadores ofrecen fuentes e ilustraciones originales, haciendo hincapié en que están «hechos por humanos». Los artículos hechos a mano están adquiriendo un aura de lujo y confianza. Quizás dentro de unos años, la etiqueta «Hecho por humanos» en un producto creativo se convierta en un signo de calidad, al igual que lo es hoy en día «orgánico» en los alimentos. Y las herramientas de IA ocuparán su lugar como una forma cómoda pero utilitaria de crear una gran cantidad de cosas funcionales: presentaciones, plantillas de vídeo, música genérica para tiendas, etc. Esto no es algo malo: dejemos que la automatización satisfaga la demanda masiva. Pero el arte verdadero, como lo ha sido durante cientos de años, seguirá siendo el dominio de las personas que hablan al corazón de los demás. Y su valor no desaparecerá, al contrario, en un mar de plantillas, un producto verdaderamente creativo solo ganará en prestigio.
En última instancia, la creatividad como don no desaparecerá. Las herramientas cambian, las condiciones del mercado fluctúan, pero el deseo humano de crear algo nuevo, de expresarse, es eterno. Y eso es precisamente en lo que debe basarse el optimismo. Sí, los creadores deben ser flexibles y aprender cosas nuevas, pero el alma del arte reside en ellos, no en los ordenadores. La hiperdisponibilidad de herramientas es un reto para aceptarse a uno mismo no como artesano, sino como portador de ideas y significado. Y aquellos que sean capaces de hacerlo convertirán sin duda la actual «crisis de devaluación» en una nueva página de florecimiento creativo. Al fin y al cabo, lo que se valora al final no es la tecnología, sino lo que la llena, y somos nosotros quienes la llenamos.
P.D.
Trabajo con animación y captura de movimiento, áreas en las que la automatización ya se ha convertido en la norma. La IA generativa puede crear bailes sencillos y transformar vídeos normales en vídeos con personajes. Pero, en la práctica, es aquí donde se nota especialmente la diferencia entre lo que se genera y lo que procesan los humanos.
Por eso elijo conscientemente el camino opuesto: no acelerar el proceso, sino llevarlo a un nivel que no se puede alcanzar automáticamente ni mediante la IA. Dedico mucho tiempo (relativamente) a la limpieza, porque en eso consiste la profesionalidad: no solo transmitir movimiento, sino hacerlo convincente y vivo a nivel perceptivo, incluso a pesar de la tecnología de captura. Este enfoque requiere experiencia, observación y disciplina técnica y creativa, y es lo que distingue el trabajo real de la «salida de la red neuronal» estándar.
La danza se convirtió en un foco natural para mí porque es una de las pocas formas en las que la frontera entre la mecánica y la personalidad es especialmente visible. El movimiento revela inmediatamente la calidad: dónde hay una comprensión de la mecánica del cuerpo y dónde hay simplemente un algoritmo. En este sentido, mi enfoque no es una lucha con la IA, sino una postura: hacer lo que la IA no puede hacer.
No me esfuerzo por competir en términos de cantidad. Me atrae más la idea de un nivel profesional, en el que todo se hace de tal manera que no puede ser simulado por ningún algoritmo. Esta es mi respuesta a la era de la hiperaccesibilidad: hacer lo que es real, preciso y calibrado, donde la mayoría elige la velocidad.









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